Papa Choro, el adiós a una leyenda de Sepahua

Papa Choro, el adiós a una leyenda de Sepahua

A ‘Papa Choro’ le faltaron las fuerzas para recibir al 2018. Después de meses enfermo, durante los últimos días del año los familiares y amigos de José Ramírez veían su muerte como algo inminente. Sus pronósticos se confirmaron a las 22:00 horas del 31 de diciembre cuando el corazón de este curaca de la etnia yaminahua dejó de latir. ‘Papa Choro’ -como le conocía cariñosamente todo el mundo- falleció en su casa rodeado por su extensa familia y, tras dos días de duelo, fue enterrado en el cementerio de Sepahua.

Con él se ha ido uno de los últimos fundadores de lo que hoy es Sepahua, ya que fue quien guió a los yaminahuas desde la zona del Manu, donde vivían, hasta aquí. ‘Papa Choro’ fue un líder para su comunidad y, poco a poco, se convirtió en una leyenda gracias a su fama como experto cazador, a su manera de imitar los sonidos de los animales que hacía que se acercaran a él y a sus viajes y las historias que contaba de ellos.

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La lucha de los adolescentes contra el VIH

La lucha de los adolescentes contra el VIH

Los adolescentes de Sepahua saben bastante –al menos en teoría- sobre el VIH. Saben cómo se contagia esta enfermedad y cómo puede evitarse; saben que utilizar preservativos es el método más eficaz para no contraer el virus a través de una relación sexual y saben, como ellos mismos explican, que el VIH «no discrimina”. “Si no te proteges, puedes contraer la enfermedad independientemente de tu etnia, de si eres alto o bajo, rico o pobre” recordó Mirey desde el escenario a todos los alumnos de secundaria del colegio Padre Francisco Álvarez.


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Volver

Volver

Hace poco leí que uno siempre vuelve a los sitios donde disfrutó de la vida y no podría estar más de acuerdo con esa frase. Es así; uno siempre vuelve. Volvemos a los lugares donde nos sentimos acogidos; volvemos a las personas que queremos y que nos hacen sentir queridos; volvemos a hacer las cosas que en algún momento nos hicieron felices.

Por todo eso estoy otra vez Sepahua dos años después de que sus calles y sus ríos se hicieran pequeños desde la avioneta. De nuevo atravesé los Andes en autobús y pasé 8 horas montada en un 4×4 dando botes de un lado a otro y escuchando cumbia a todo volumen hasta llegar a Atalaya, donde me prometí a mi misma que, si regreso por tercera vez, será en avioneta. Un pensamiento que se me olvidó un poco al día siguiente mientras surcábamos las aguas del Urubamba de camino a Sepahua. Tenía ganas del río, de sus gentes y de la vida en sus orillas.

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Cuando la sanidad no es un derecho de todos

Cuando la sanidad no es un derecho de todos

Vecinos de Capirona y Onconashari, dos comunidades nativas situadas en el río Sepa, han denunciado en Sepahua que sus infraestructuras de salud no cuentan con los recursos suficientes para hacer frente a las necesidades de la población. En ellas, no hay medicinas para tratar dolencias tan comunes como una faringitis o un resfriado, ni tampoco tratamientos específicos para complicaciones que se presentan frecuentemente en la zona, como pueden ser las mordeduras de víbora. Los técnicos de salud que atienden en Capirona y Onconashari definen estas postas como “establecimientos vacíos” en los que no cuentan con materiales para tratar a los casi 200 moradores de cada una de las comunidades.

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Gracias por la aventura

Gracias por la aventura

Ya ha pasado más de un mes desde que Sepahua se hizo pequeña por la ventanilla de la avioneta y desapareció en un mar de árboles. Un mes raro: de alegría por los reencuentros y de echar de menos a todas las personas que han sido mi familia durante un año; de volver a las cosas de antes, pero verlas con los ojos de ahora; de sentirme, en algún momento, más desorientada en la ciudad que en la selva y de pensar, en otros, que Sepahua ha sido una especie de sueño. Read more

Gracias por tanto, Don Francisco

Gracias por tanto, Don Francisco

De Paco he aprendido muchas cosas: que una noticia no es nada sin datos y que las historias se encuentran en la calle; que un buen periodista no es aquel que escribe titulares con los que impresionar a su jefe, sino el que trabaja sin descanso para ofrecer algo bueno al lector; que un periodista de verdad, lo es siempre, aunque fuera llueva y a veces parezca imposible ejercer nuestra profesión.

Y todo eso no lo aprendí a través de lecciones magistrales de las que se dan en las aulas. Eso me lo enseñó Paco con su ejemplo día a día durante los dos años en los que tuve la suerte de “colarme” en su grupo en todas las asignaturas que impartía o cada vez que nos encontrábamos frente a un café o una cerveza o a través de un simple tuit cargado de ironía.

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Un día más es un día menos

Un día más es un día menos

Un día menos para abrazar a mi familia. Un día menos para pasar el tiempo con los internos en nuestro banco. Un día menos para salir con mis amigas, para reírnos y hablar durante horas. Un día menos para recorrer las calles de Sepahua conversando con unos y otros en busca de noticias. Un día menos para comer comida de mi abuela y tomar un pintxo en lo viejo y un gin tonic en condiciones. Un día menos para compartir unas chelas bien heladas o un tazón de masato con todos los que me han abierto las puertas de sus casas aquí. Un día menos para achuchar a Amaia y para no perderme ni una de las fiestas de cumpleaños ni de las inauguraciones de piso de mis amigos. Un día menos para llenar de ticks la lista de ‘Cosas que hacer antes de irnos de Sepahua’.


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Poyagnu Natjirune

Poyagnu Natjirune

“Ellos suelen ser más comunicativos y afables. Quizás porque algunos, como Álvaro, Juan o Domingo, han viajado. Han visto mundo pero siempre, a su regreso, han sabido preservar sus costumbres, su cultura. Ellas más tímidas. Con dificultades incluso para entender y hablar el castellano, como Dora, Celia o Elena. Pero maestras a la hora de hilar y tejer algodón, confeccionar canastas o cocinar patarashca.

Poyagnu Natjirune (‘Gracias mis abuelos’, en lengua yine) no es más que un humilde pero sincero reconocimiento a todos. A los que nos cuentan sus historias y a quienes no hemos alcanzado a visitar. Llegar, por ejemplo, a las comunidades del río Sepa y Mishagua es cuestión de días en esta época del año.

No son todos los que están. Son muchos más. Podríamos llenar diez revistas como esta y nos seguiría faltando espacio. Porque todos y cada uno de los más de 250 adultos mayores de nuestro distrito son maestros en algo. Unas tejen, otros cazan; otras cocinan rico, otros atesoran los cuentos y leyendas más significativos de su etnia. Todos, absolutamente todos, han vivido épocas duras que han superado a base de trabajo e ingenio.

Aunque son de etnias diferentes, todos hablan un mismo lenguaje: el de la selva. El de saber aprovechar lo que la naturaleza nos brinda, el de vivir en plena conexión con el entorno. Ahora, ilusionados, toman conciencia del valor de ese lenguaje que hoy día nos transfieren como el mayor de los tesoros.

Gracias, mis abuelos. Gracias.”

Con estas palabras y la revista Poyagnu Natjirune, desde Radio Sepahua homenajeamos a todos los adultos mayores de nuestro distrito. Ellos, contentos y emocionados, recibieron el pasado martes a la ministra de Desarrollo e Inclusión Social en el I Encuentro de Saberes Ancestrales que se ha organizado en Ucayali. Más de un centenar de abuelitos participaron en esta feria en la que mostraron a las autoridades y a toda la población esos conocimientos que recibieron de sus abuelos y que han acompañado a sus etnias desde hace décadas.

A Hilda le apena que sus nietas compren ollas de aluminio en vez de elaborar sus propias ollas de barro –“no todo hay que comprar si fácil puedes hacer”, razona esta anciana-; Benjamín teme que sus nietos no consigan una enamorada por no saber hacer una canoa, porque “¿qué mujer va a querer un marido ocioso que no la pueda llevar a pasear?”; muchos ven con tristeza cómo sus nietos ignoran sus leyendas y hasta su propia lengua.

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Sin embargo, en las últimas semanas, ellos se han convertido en maestros, sus nietos, en alumnos y la tristeza en alegría. Enseñando a los más pequeños a tejer, a hacer mocahuas, a tallar remos y a elaborar flechas, entre otras muchas cosas, los viejitos han recuperado la ilusión. La visita de la ministra solo fue el broche de oro de un trabajo de semanas que, esperemos, continúe porque solo escuchando la voz de los más mayores la historia y las tradiciones de las etnias del Bajo Urubamba seguirán vivas.

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Óscar, Beatriz, Gabi y yo hemos tenido la suerte de convertirnos también en alumnos de estos abuelitos. Con ellos hemos aprendido a hacer flechas y a dispararlas, a dar vida al barro para hacer mocahuas y tinajas; que lo mejor para ahuyentar los malos espíritus es entonar el ‘yama-yama’ y que nada como un traguito de ajosacha para los dolores de huesos. Todo lo hemos plasmado lo mejor que hemos sabido en las páginas de esta revista, que os invito a leer.

“Señorita, a mis 76 años, primera vez que salgo en revista”, me dijo Benjamín. “Yo nunca pensé ser famoso, pero estoy bien contento. La llevaré a Puija para que todos me vean y la guardaré siempre”. Escuchar frases como esta, ver a los abuelitos reconociéndose en las páginas de la revista y pidiendo a sus nietos que se la leyeran fue la mejor recompensa a muchas horas de trabajo. Sin embargo, el verdadero regalo es todo lo que hemos aprendido compartiendo su tiempo y sus saberes. Poyagnu natjirune.

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Las huellas de Goreti

Las huellas de Goreti

La primera vez que vi a Goreti, estaba hecha un ovillo sobre una puerta de madera que hacía las veces de alfombra. La última, este sábado, la puerta había desaparecido y ella estaba sentada en el suelo al lado de un bolso de deporte donde se almacenaban sus escasas pertenencias. A sus 28 años, Goreti, que nació con parálisis cerebral, iba a hacer el segundo viaje de su vida.

El primero, lo hizo con seis años. Su madre acababa de fallecer y su padre no podía hacerse cargo de una niña enferma, que nunca había aprendido a gatear y que necesitaba cuidados constantes. Por eso, se plantó en la puerta de la Misión con un objetivo: dejarla al cuidado del Padre Ignacio. Él, sorprendido de que no hubieran abandonado a la pequeña nada más nacer como solía hacerse con los niños que no eran normales, la llevó al centro médico de Sepahua. Desde entonces, durante 22 años, se ha preocupado de que Goreti tenga quien le atienda.

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“Cuando la llevamos al hospital, casi tienen que quitarle los piojos a manguerazos de lo sucia que estaba”, recuerda el Padre Ignacio. Cuando se recuperó un poco de la desnutrición que sufría, la señora Teresa la acogió en su casa donde le cuidó durante muchos años. Cuando la edad le impidió cargar con los 30 kilos de Goreti para bañarla, para vestirla, para acostarla… fueron sus hijas las que le hicieron el relevo. Durante los últimos cinco años, ha sido Irene, la nuera de la señora Teresa, quien ha atendido a Goreti. Desde hace años, desde España llegan puntualmente 100 euros al mes –unos 300 soles- para comprar las medicinas y pañales que necesita Goreti y para pagar a esta familia por sus cuidados.

“La sentamos en la puerta porque está más limpia que el suelo”, me explicó Irene mientras peinaba a Goreti con una media coleta. La estaba poniendo guapa porque esa tarde esperaban la visita de los técnicos de Reniec (Registro Nacional de Identificación y Estado Civil), que iban a hacerle una foto muy especial: la de su primer DNI. “Se calcula que en el Distrito de Sepahua todavía faltan por identificar entre un 3 y un 5% de los adultos”, señalan mientras preparan los documentos de Goreti. “La mayor parte son abuelitos que viven alejados, pero también existe algún caso como este: personas con alguna discapacidad que no salen de casa y nunca han necesitado un DNI para nada ni sus familiares se han planteado que es bueno que lo tengan”.

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Goreti necesitaba su DNI para emprender el segundo viaje de su vida: desde Sepahua hasta la ciudad de Chimbote, donde había sido admitida en un centro especializado para personas con parálisis cerebral dirigido las Hermanas de la Caridad. Parece que entiende las tranquilizadoras palabras del técnico de Reniec y deja que coja su mano y manche uno a uno todos sus dedos en tinta. Sin embargo, rellenar todos los documentos no es sencillo: Goreti se revuelve e Irene le tranquiliza.

Hacerle la foto tampoco es fácil. Sus huesos, retorcidos, parece que se niegan a dejarle alzar la cabeza y mirar al frente. Sin embargo, con un poco de tiempo y paciencia, los trabajadores de Reniec consiguen una imagen válida para su DNI. Un documento que permitió a Goreti Mainahuarute convertirse oficialmente en ciudadana del Estado peruano y cambiar una puerta tendida en el suelo por un asiento en un vuelo rumbo a Lima.

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Fiestas en la selva

Fiestas en la selva

Cuando los restos de los fuegos artificiales empezaron a caer sobre la plaza de Armas de Sepahua, tan solo dos personas empezaron a correr para ponerse a cubierto: Gabi y yo. Una portuguesa y una española mirando alarmadas cómo una cascada de chispas caía sobre las cabezas de todos los presentes, mientras los demás contemplaban el espectáculo sin sorprenderse lo más mínimo. De repente, algo se prendió en una de las casetas-restaurante. Los comensales le dedicaron un segundo de atención y siguieron mirando al cielo, tan tranquilos, como si todo pudiera esperar a que terminaran los fuegos artificiales.

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Cuando el ‘riesgo’ pasó, volvimos a la mesa con un único pensamiento: “Estos peruanos no tienen consciencia del peligro”. A cambio, ellos nos dedicaron toda la colección de adjetivos que van desde ‘locas’ a ‘histéricas’ y no faltó la frase con la que Óscar zanja muchas de nuestras conversaciones: “Esto es la selva, Ley”.

Y sí. Esto es la selva. Igual por eso, y a pesar del susto, los fuegos artificiales me gustaron mucho más que cualquier otra vez que los haya visto, aunque técnicamente no les llegaran ni a la suela del zapato. Sin embargo, la oscuridad de la noche de Sepahua con sus cientos de estrellas lo compensa. Me imagino cómo se verían los fuegos desde arriba: unas lucecitas en medio de la inmensidad de la selva… Nada que ver con la cantidad de luces que nunca se apagan en otras zonas del mundo.

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De esta manera se celebraron en Sepahua sus 33 años de creación política como distrito. Hasta el 1 de junio de 1982, todo lo que hoy forma parte del departamento de Ucayali pertenecía al de Loreto. Esto implicaba que para hacer trámites oficiales, los habitantes de esta zona tuvieran que llegar hasta la ciudad de Iquitos. Por ejemplo, cuando los profesores iban a recoger sus nombramientos, se montaban en un bote y un mes después llegaban allí; hacían sus papeles y otro mes de vuelta hasta Sepahua.

La creación del departamento de Ucayali, la provincia de Atalaya y el distrito de Sepahua facilitó todas estas gestiones; así que no me extraña que se celebre por todo lo alto. Durante cuatro días no faltaron los ingredientes básicos de cualquier fiesta: la música, la comida y la bebida; además de las más de veinte actividades organizadas para festejar el aniversario.

El acto central de las celebraciones es el desfile cívico, militar y estudiantil en el que todas las instituciones y colectivos del distrito marchan frente a las autoridades llevando la bandera de Perú, las insignias que les representan… todo al ritmo que marca la banda de música. Durante tres horas, a pleno sol, vimos desfialar a los niñitos de las escuelas iniciales, a los casi mil estudiantes de los colegios de Sepahua, los representantes de cada barrio, las autoridades de la Comunidad Nativa… Intenté trasladar, en mi cabeza, el mismo acto a Pamplona, pero la verdad es que no puedo ni imaginármelo.

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Como tampoco hace un año podía imaginarme algunas de las cosas que viví durante los días que duraron las fiestas por el aniversario. Por primera vez, presencié una emocionante carrera de peke-pekes por el río, probé cómo sabe la tortuga e intenté aprender cómo se dispara con un arco y una flecha, entre las carcajadas de los abuelitos que las habían fabricado. Cuando vieron que casi no era capaz de sujetar el arco y la flecha llegaron a una conclusión a la que yo ya había llegado antes de que empezaran con su clase: si me pierdo sola en la selva, teniendo en cuenta mis técnicas de caza, casi me da lo mismo tener un arco que no tenerlo. Y es que es verdad… Hay algo contra lo que no se puede luchar: esto es la selva.

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